SAN ROQUE, EL SANTO DE LA CARIDAD
“Ahora nos quedan estas tres cosas: fe, esperanza, caridad; pero la más grande de ellas es la caridad” 1ª Cor 13, 13
En Llanes decir Agosto es también decir San Roque. Así de profundo ha enraizado la devoción al Santo Peregrino de Montpellier en la villa llanisca que se une, en este gesto del corazón, a centenares de poblaciones europeas- como bien rezan los cantares desde el oriente al poniente del mediodía al norte- que recibieron las noticias de los hechos de este hombre extraordinario por las grandes vías de peregrinación- el Camino de Santiago, la Ruta de la sal, la Vía francígera- que dibujan sobre el continente la gran cruz del cristianismo a cuya sombra nace, crece y se desarrolla la civilización occidental.
Al margen- o mejor, ahondando en su significado y razón de ser- de verbenas, romerías y otros acontecimientos festivos no estará de más perder un poco de nuestro escasísimo tiempo en una reflexión sobre la figura de este hombre que puebla retablos y altares, da nombre a pueblos y ciudades, calles y plazas, gracias a una popularidad sorprendente. Pero, aparte de cumplir con la tradición recibida de nuestros mayores- lo que en ningún modo es desdeñable-: ¿qué significa, si es que significa algo, Roque de Montpellier para los europeos del tercer milenio?
San Roque es por encima de todo el santo de la caridad. El seguidor radical de Cristo. De esta manera una reflexión previa sobre esta virtud conducirá a una mejor comprensión de la figura del santo.
Tres aspectos me gustaría poner de relieve respecto a la caridad, al amor fraterno.
El primero es su centralidad, su indispensabilidad en el hecho cristiano. Es la señal de los cristianos. No es un mandamiento más, es “el mandamiento”. El mandamiento nuevo.
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos “ Jn 13; 34-35
El segundo aspecto que me gustaría plantear es cómo responde el corazón del hombre ante esta exigencia de la caridad, ante este elevado listón de “amar al prójimo como a uno mismo”. Como explica Atticus Finch a su hija, la pequeña Scout, en Matar a un ruiseñor - el exquisito relato de Harper Lee - “antes de juzgar al otro procura meterte en sus zapatos”. La expresión es gráfica porque índica claramente el movimiento del corazón que siempre requiere la caridad. Del yo, al otro. De mí al tu. Alegrarse con los que se alegran, llorar con los que lloran. Ante esta exigencia la reacción inmediata es cerrar la puerta: ¡eso es imposible!. Tal vez en algunos la postura se dulcifique desde el portazo a la utopía deseable pero inalcanzable del ¡si fuera posible!. Quizá en el mejor de los casos algún chalado lo intente, pero ante la falta de correspondencia, ante la injusticia, acabará en un lamento autocompasivo: ¡me cuesta, lo intento pero me cuesta!
El tercer aspecto que merece nuestra atención interfiere en el segundo y hace referencia a nuestro entorno. A cómo puede vivirse la caridad en la vieja Europa del 2007 d.C. Ciertamente nuestro entorno, la sociedad occidental en la que desarrollamos nuestras vidas- y de la que no podemos sustraernos (saltar del tren lanzado a toda velocidad es una forma segura de romperse la crisma)- se parece cada vez más a los proféticos versos de T.S Eliot:
La ortiga florecerá en la cancha de gravilla,
Y el viento dirá: “Aquí había gente decente sin
Dios:
Su único monumento, la carretera asfaltada
Y mil bolas de golf perdidas”. (…)
¿Cuál es el significado de esta
ciudad?
¿Os apretáis juntos unos con otros porque os
amáis unos a otros?
¿Qué contestaréis?: ¿Vivimos todos juntos
para ganar dinero unos de otros?, ¿ o esta es una comunidad? (…)
(Los Coros de la Piedra)
En este contexto la figura de San Roque muestra toda su potencialidad. Dos símbolos nos permitirán adentrarnos en su comprensión. Uno, el del camino como imagen de la propia vida. Aquí, desde la “comunión de los Santos”, el Peregrino guía nuestro caminar con su ejemplo. Otro, la propia simbología de la iconografía de San Roque. El Encuentro con Cristo, el Acontecimiento cristiano transforma al hombre. La propia representación de San Roque pasa de la frágil y aniñada figura del fresco de la iglesia de Santa Ana en Piacenza ( la primera representación del Santo, tal vez un retrato del mismo) a la hermosísima imagen que los llaniscos portan en hombros con toda solemnidad los 16 de agosto. De la misma manera a como el joven noble franco se ha convertido en la imagen de Cristo vestido de peregrino, así el Encuentro, el Acontecimiento de Cristo conduce a un Camino- yo soy el Camino, la Verdad y la Vida- que transforma al hombre. Entonces a pesar de los sufrimientos y las dificultades- más allá de los “es imposible”, los “si se pudiera” y los “me cuesta” -cientos, miles, millones de hombres y mujeres están- son peregrinos- en el camino de la vida con la mirada puesta en la conversión. Tal vez pasen desapercibidos. Caminantes anónimos que no saldrán en el telediario, en los anuncios, en las crónicas del corazón, en los periódicos. Olvidados de unos medios de comunicación con una vocación cada vez más acusada hacia la maldad. Seres humanos que no interesan a las ideologías que enmascaran estrategias de poder. Santos auténticos que a pesar de los problemas, de las tragedias grandes y pequeñas, sacan fuerzas de flaqueza para ofrecer una sonrisa a sus hijos, un beso a la esposa, una caricia al anciano, una palabra de ánimo o de perdón, una mano al prójimo. Momentos de humanidad verdadera en los que resplandece la verdad. Y ya nos ha enseñado Luigi Giussani- con su particular capacidad para la claridad- que “no es un razonamiento abstracto lo que hace crecer, lo que ensancha la mente sino encontrar un momento de humanidad verdadera en el que se alcanza y se afirma la verdad”.
El camino es pues una metáfora de una vida en la que todos somos peregrinos. En Pavía Benedicto XVI- que glosaba la figura de San Agustín- apuntó que su conversión “no fue un acontecimiento sucedido en un momento determinado, sino un camino”. Todos nosotros estamos invitados, como hizo San Roque, a recorrer este camino que Giussani, sintetizó en esta frase genial: “ Reconocer y seguir a Cristo (fe) genera así una actitud existencial característica en la que el hombre es un caminante erguido e incansable hacia una meta no alcanzada aún, seguro del futuro porque todo se apoya en se Presencia (esperanza); en el abandono y en la adhesión a Jesucristo florece (¡atención!) un afecto nuevo (completo) hacia todo (caridad), que genera una experiencia de paz, la experiencia fundamental del hombre en camino”
Bajo esta luz suenan aún más hermosas las antiguas palabras que los llaniscos juraron, en su fuero de 1206 (la fecha es objeto de discusión), cumplir: “e los que andan caminos e pellegrinos, pasen en paz”
Que así sea.
Llanes a 1 de Agosto de 2007
José Alberto Concha González
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