SAN ROQUE EN LLANES

Nació Roque en Montpellier en el año 1284 hijo único de una familia noble y acomodada. Su padre era Gobernador de la floreciente plaza y es seguro que durante la infancia del niño que luego sería santo no faltaron lujos, atenciones y comodidades. Pero esta vida relajada y sin preocupaciones sólo serviría para hacer más dolorosa la prueba que le estaba reservada: en un mismo año tuvo que enterrar, uno tras otro, a sus amados padres. La desgracia abatió al joven, que por entonces no tenía más de veinte años, y seguramente le hizo reflexionar sobre el sentido de la vida. ¿ De qué les servían ahora las riquezas a sus padres?, ¿acaso habían podido esquivar a la muerte?. Y el muchacho decidió edificar su casa sobre piedra y seguir, al pie de la letra, el consejo Evangélico:

El joven rico había preguntado sobre la manera de ganar el cielo. Jesús le respondió: “Ya sabes los mandamientos”. Él, entonces le contestó: “Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud”. Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “Sólo una cosa te falta: vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme” Mc 10 17-22

“ Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; sino: “Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas” Mc 6 8-9

Así que repartió discretamente su fortuna entre los pobres, nombró a su tío administrador de los bienes que no pudo enajenar, y se puso en camino.
En Aquapendente el joven peregrino se encontró con un espectáculo sobrecogedor: la ciudad estaba siendo asolada por la más terrible de las enfermedades. La peste o muerte negra diezmó la población europea de un modo escalofriante durante el SXIV. Los expertos barajan cifras en el entorno de los veinticinco millones de muertos. No ha habido pandemia de estas dimensiones en la historia de la humanidad. Lo más probable es que la enfermedad entrara en Europa por Italia desde Oriente, por medio de las numerosas ratas que atestaban las sentinas de los cada vez más abundantes barcos que demandaba un comercio pujante. El bacilo de Yersin, patógeno que causa la enfermedad, es transmitido por la picadura de las pulgas, parásitos que nunca faltaban debido a las lamentables condiciones de higiene de villas y ciudades. Pocas enfermedades son tan horribles como la peste, tanto por el cuadro clínico que genera, como por los índices de contagio y mortalidad. El periodo de incubación es rapidísimo, de dos a seis días, la fiebre sube hasta superar los cuarenta y los ganglios se hinchan en deformes bubones, muy dolorosos. La enfermedad avanza hasta degenerar en peste pulmonar- en esta fase el bacilo se transmite directamente por inhalación- impidiendo la coagulación de la sangre. En su otra forma, peste septicémica, la infección se generaliza a partir de los bubones ganglionares del pulmón, apareciendo hemorragias cutáneas de color negro azulado, lo que ha dado origen a su nombre popular de peste negra o muerte negra. En este estadio el enfermo muere irremisiblemente entre espasmos y vómitos de sangre. Una vez declarada la epidemia las posibilidades de supervivencia- a falta de un tratamiento de antibióticos- son escasas. La mortandad alcanza al ochenta por ciento de la población que es presa del pánico. Los cadáveres son arrojados por las ventanas y se amontonan a las puertas de las casas sin nadie para enterrarlos. Ni siquiera la familia socorre a sus enfermos.
No es difícil imaginar la sorpresa del Administrador del Hospital de Aquapendente ante aquel muchacho, frágil y de noble porte, que pretendía desafiar a una más que probable muerte empeñado en asistir a los enfermos. Trató de impedírselo pero la voluntad de Roque era firme. No es en absoluto descartable que el joven hubiese cursado estudios de medicina ya que en su Montpellier natal había sido fundada la prestigiosa Universidad en 1220.
Entre los enfermos que atestaban el hospital comenzó a correr la voz de que un Ángel del Señor los visitaba para socorrerlos. ¿ Qué otra cosa podían pensar los apestados de aquel solicito muchacho que los atendía y consolaba con tanto Amor?. Y empezaron a llegar las curaciones. Y los milagros. La caridad infatigable de San Roque se extendió como un bálsamo por la Toscana: es médico, enfermero, enterrador y, sobre todo, un hombre capaz de ofrecer esperanza en medio del horror. Una pintura de la Catedral de Cesena lo recuerda. Su fama se acrecienta y “de pueblo en pueblo su sola presencia basta para disipar la peste; tal parecía que esta iba huyendo de él”. De su encuentro con el Cardenal Britonico hay diferentes versiones. En unas el Prelado es curado por el Peregrino, en otras la audiencia es fruto de su deseo de conocer a aquél joven del que se contaban tantas maravillas. De una u otra forma, el caso es que Roque impresionó tan profundamente al Cardenal que decidió llevarlo ante la presencia de Su Santidad Benedicto XI. El Vicario de Cristo, al darle su bendición, dijo: “ Tu hijo mío, no necesitas de nuestra absolución: nosotros si que tenemos necesidad de tus oraciones”.
El Santo no se dejo seducir por la fama y continuó en primera línea hasta que, en Piazensa, él mismo resulto contagiado por la enfermedad. Él, que había sido consuelo para tantos, no quiso ser carga ni foco de infección para nadie y se retiró a la espesura del bosque a sufrir en soledad. No muy lejos de allí un noble de la ciudad buscaba esquivar la peste en su casa de campo. Gottardo Pallastrelli venía observando con curiosidad creciente como uno de sus perros se las arreglaba durante las comidas para hurtar un trozo de pan con el que huía velozmente hacía el bosque. Siguió al animal y descubrió como su perro alimentaba y cuidaba solicito al enfermo lamiendo sus llagas y heridas. Gottardo quedó tan impresionado que siguió los pasos de San Roque y acudió a Piazensa a socorrer a los apestados ante la incredulidad de los vecinos.
El Peregrino sanó y dirigió sus pasos de vuelta Montpellier. Pero la región vivía en un clima de conflictos y guerras El Santo fue tenido por espía y encerrado en un calabozo, en el que, tras cinco de prisión, finalmente entregaría su alma a los treinta y cuatro años de edad. El carcelero, que ya había pensado mucho en aquel prisionero tan distinto de los demás, se sorprendió aún más ante la paz y serenidad que reflejaba su rostro sin vida. Avisado el Gobernador reconoce a su propio sobrino, el que renunciando al mundo le había nombrado administrador de lo que no pudo repartir entre los pobres. La noticia de que un santo había muerto en el calabozo se extendió rauda por la ciudad. Fue enterrado en medio del fervor popular en la Iglesia principal y más tarde en una que su tío ordenara construir expresamente en su honor. La reliquia que se venera en Llanes procede de Montpellier y cuenta con la autentificación del Vaticano.
La difusión de la devoción hacia San Roque es sorprendente y sólo puede explicarse desde los maravillosos hechos de su vida. Es cierto que esta difusión encontró en el Camino de Santiago- y en el temor a la peste- una adecuada vía de comunicación, siendo además el propio Santo un peregrino. Pero la rapidez y profusión con la que se extiende su nombre es de tal magnitud que tiene que provenir, a la fuerza, de un hombre extraordinario. En pocos años cientos de iglesias, ermitas, capillas, hospederías y hospitales nacen bajo la protección de su nombre, y su simpática figura, siempre acompañada del perro fiel, puebla las vidrieras, las tablas de los pintores y los huecos de los retablos. Es San Roque un paradigma de santo popular y cuando fue definitivamente canonizado por Urbano VIII, el 4 de Julio de 1629, hacia ya mucho tiempo que el cariño y devoción de los fieles lo habían elevado a los altares. Tiziano y Tintoretto, Van Dyck y Rubens pasaron a sus lienzos cariñosas representaciones del peregrino.
En Llanes ya en 1330 se funda, gracias a la caridad del presbítero don Juan Pérez de Cué, el Hospital y hospedería de San Roque. El edificio estaba situado extramuros, al sur y a tiro de piedra de la Puerta de la Villa, y de él sólo queda, con poco o nada de lo original, la capilla. La institución siempre fue querida por los llaniscos por sus virtudes, acordes con las de su Santo protector. Se repartía el “pan de los ángeles” a los niños el día de San Silvestre de cada año, y se daban alojamiento y cuidados a ancianos, impedidos, pobres y transeúntes y a cualesquiera del Concejo sin techo ni familia. En sus primeros años sirvió también como alojamiento de peregrinos en su camino hacia San Salvador de Oviedo y Santiago de Compostela, como el Príncipe Alemán que enfermó en el camino y falleció en Llanes. El Hospital fue enajenado para financiar la construcción del nuevo de San José finalmente inaugurado en 1898.
La azarosa vida política del desgraciado siglo XIX acabó por involucrar a las devociones llaniscas. Con motivo de las elecciones de 1837 se desencadenó en la Villa una dura confrontación entre los dos partidos que entonces se formaron. El “partido exaltado” celebró su triunfo con entusiasmo- ya que había sido derrotado un año antes en las anteriores elecciones a Cortes Constituyentes de 1836- organizando una fiesta popular el día de Santa María Magdalena, el 22 de Julio de 1837. El “partido moderado” respondió celebrando con igual júbilo el 16 de Agosto, día de San Roque, su victoria electoral del año anterior. Parece ser que ya en aquellos años todos los partidos ganaban las elecciones. Pero pasó el tiempo y la lucha política de exaltados y moderados fue olvidada, más no así la devoción, ni la rivalidad festiva, que, con la desaparición de aquellos partidos, quedó dónde siempre había estado: en los llaniscos.
El mes de Agosto es el de San Roque en Llanes, sin mengua en una devoción que ya abarca ocho siglos. Las niñas y los niños, vestidos de peregrinos, volverán a danzar en honor de este hombre bueno, y las gargantas repetirán con emoción el grito que nuestros padres, como el Credo, nos enseñan al nacer:
¡ Viva San Roque y el perru!
¡ Vivan los peregrinos!
¡ Viva Llanes!

José Alberto Concha González
Llanes a 1 de Agosto de 2004

 
       
   
       
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