SAN ROQUE, MOTOR DE NOSTALGIA Y VITALIDAD
Texto Fruela Zubizarreta
Ocurre en aquellas familias en las que padre y madre proceden de bandos diferentes que los hijos, llegado el día, se ven en la incómoda tesitura de elegir. Un momento delicado en el que cada progenitor apuesta fuerte tratando de atraer hacía sí al heredero indeciso echando mano de las refinadas técnicas de manipulación que siempre brinda el chantaje emocional. Algo así como un divorcio con hijos de por medio en el que las partes juegan sucio y las taras psicológicas de la progenie se adivinan inevitables.
Nosotros no tuvimos que elegir. Somos de San Roque desde el instante mismo en el que aterrizamos en este mundo porque así venía escrito en algún rincón de nuestro ADN, al igual que los niños de hoy salen de fábrica con el chip de la informática y el lenguaje audiovisual perfectamente activado.
La devoción (no necesariamente religiosa), la nostalgia, el cariño hacia San Roque que a uno le ha de durar toda la vida se forma, como todo lo que nos marca, en la infancia. El primer recuerdo indeleble se pierde en el tiempo en torno a un uno de agosto de finales de los setenta, un día clave en el que o entrabas o te quedabas fuera del 'cuadro artístico' de la Danza Peregrina.
Recinto de la bombilla bajo un sol de justicia y torturantes gritos de diversión procedentes de la playa. Tensión en el ambiente. Madres y padres, sacando a relucir su sanroquismo atávico, intentan influir sobre el árbitro incómodo de una contienda que -solía pasar- acababa en más de un lloro. "Este año no puede ser, el crío todavía es chico" (en el mejor de los casos) o "Menudo estirón pegaste" (que parecía un halago pero quería decir: "Ya eres mayor para seguir danzando").
Me consta lo mal que llegaban a pasarlo en aquellos momentos personas tan queridas como María Jesús Quesada, María Teresa Criado del Rey, Patiño o Ricardo Tamés, infatigables instructores que se fueron pasando el relevo entre los ochenta y los noventa y que renunciaban a sus tardes de verano (como nosotros, todo hay que decirlo) por amor al santo de Montpellier. Inolvidables también sus gritos de guerra que, sospecho, deben ser tan antiguos como el propio bando: ¡A formar! ¡Un, dos, tres… un, dos, tres! ¡Ese paso! ¡La fila! Y un expediente 'x' a punto de ser desclasificado: ¿cómo recordarían de un año para otro el interminable desarrollo de la Danza Peregrina? Sin duda. un don extraordinario en aquellos tiempos en los que el vídeo doméstico no estaba a la orden del día.
Mi primer año como peregrino me tocó ser el último de la fila, lo que era -y es- el más alto honor posible, sólo comparable a ser el cabeza de la hilera. Yo era el que al final gritaba ante una plaza expectante y aupado por mis compañeros ¡Viva San Roque y el perru! Pero no pudo ser. La víspera, una contundente fiebre me dejó fuera de juego. Como en la más pura tradición del teatro de variedades en el que la primera vedette cae rodando por las escaleras el día del estreno, la fuerza de mi voz no fue la encargada de vitorear al santo. Un golpe duro.
Pero vinieron más San Roqués y más ensayos… ¡un, dos, tres… un, dos, tres! Y cada año comprábamos palos de escoba en Sobrado y unas tachuelas grandes que clavábamos en el extremo inferior para que, al menos, durasen una semana sin desintegrarse. Y luego veía el día del traslado del santo y veías que aquello era algo importante porque los municipales cortaban el tráfico y todo se detenía a nuestro alrededor.
Y llegaba la víspera y mi madre planchaba la capelina con cuidado para que no se rompiesen las vieiras. Y nos daban el bastón de peregrino, el de verdad, con la calabaza de madera, y notábamos en él la fuerza del pasado y los nervios de todos los peregrinos que nos habían precedido, nuestros padres, nuestros tíos, nuestros abuelos. Realmente, San Roque nos proporcionó momentos maravillosos a todos los que fuimos niños antes de este presente de videojuego.
El 16 de agosto no nos hacían falta los voladores para despertar. Todos a por la banda. Suena el primer España cañí. La misa, la procesión, la plaza… mucha más gente, muchas emociones. Y dejábamos a San Roque en su capilla, con pena, porque él siempre ha tenido cara de pena, de dolor sólo mitigado por la compañía del más fiel de los perros.
San Roque camina por este siglo XXI a buen ritmo estimulado por el amor de los más nostálgicos y la ilusión y el impulso de un buen puñado de jóvenes que, cómo no, lo traían escrito en algún rincón de su ADN. Una fiesta con presente, pasado y mucho futuro.
Para mi hermana Titi, la más guapa de las peregrinas, y para todos aquellos con capacidad para emocionarse cuando en las calles de Llanes manda el España Cañí.
© Fruela Zubizarreta
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